Don Damián, el decano de los mayores de Mensajeros de la Paz Extremadura
Residente en Virgen de Peñas Albas, sus ojos brillan cuando recuerda su época de tratante o sus aciertos en Bolsa. Hombre severo, de pocas palabras y hábitos estrictos atesora en su memoria cien años de historia del Valle
Doña Adela González tuvo trece hijos y solo cuatro sobrevivieron. Mientras en Nueva York Thomas Alva Edison presentaba la primera prueba pública del cine sonoro, Damián Alonso rompía a llorar en Navaconcejo. A pesar de ser de una familia de posibles, a los trece años abandonó la escuela para ponerse a trabajar en las fincas familiares. Muchas eran las tierras y de cultivos muy variados, pero a don Damián lo que regresa a su memoria es la cantidad de chíchares que había que guisar para dar de comer a la cuadrilla: 3 fanegas, lo que hoy serían 166,5 kilos de alubias chicas.
Desde el pasado mes de febrero, Damián Alonso es el abuelo de abuelos residentes en Mensajeros de la Paz Extremadura, es el decano de las doce residencias gestionadas por la oenegé.
El vocabulario de don Damián está lleno de terminología precisa y arcaica, una especie más en peligro de extinción. Habla con precisión cirujana de fanegas y espundias mientras los demás nos movemos en litros, metros e infecciones que apenas describen con acierto lo que queremos decir.
Y es que don Damián guarda en su memoria 106 años de historia del norte de Extremadura. Una historia que no fue fácil porque tampoco lo fue el siglo que ha transitado entre victorias, pero también conociendo la hiel de la derrota, el miedo de la contienda civil, las tinieblas de vivir escondido, de enterrar la comida para no tener que entregársela a las tropas y ver morir de hambre a la familia.
Rememora, como si fuera ayer, cuando desfiló ante Largo Caballero en Pamplona y el balazo que, años más tarde, recibió en el brazo izquierdo, justo antes de entrar en San Sebastián. Era el 5 de septiembre de 1936. Más de dos meses pasó en el hospital de campaña de Estella desde donde regresó a Navaconcejo para no salir más. Aún con su brazo herido presume de haber injertado parras y vendimiar sin que nadie pudiera sacarle una cabeza desde la linde hasta alcanzar la caponá.
Don Damián ha sido testigo del cambio de los colores en el paisaje de su tierra altoextremeña. Los olivos, que apenas daban dinero, dejaron paso a los castaños hasta que la llegada de la tiña acabó con sus erizos. Y así llegó el blanco níveo de los cerezos, unos cerezos que lo acompañan hace ya más de cien años.
Hombre que nunca fumó y apenas bebió era, sin embargo, un apasionado de la gloria, una bebida casera elaborada a base de mosto y aguardiente. Quizá porque su nacimiento coincidió con la exitosa exhibición neoyorkina de Edison, este hombre recio y generoso, gustaba de ir al cine con Valeriana, aquel cine a tres pesetas. Gran bailarín, le apasionaba acudir al casino cada domingo a jugar la partida de tute, cuyo premio o deuda, según la generosidad de las cartas, era el café de la tarde.
De Valeriana recuerda su hermosura y cómo esta floreció cuando costeó en Madrid su operación de bocio. Valeriana Alonso de la Calle y su primo Damián tuvieron dos hijas, Milagros y Pasión.
Agricultor, apicultor, ganadero y tratante, don Damián ha aplicado en la Bolsa lo que aprendió en las ferias de ganado. Sus ojos brillan cuando recuerda los grandes negocios que hizo comprando caballería enferma que él curaba de la espundia aplicando el secreto del doctor Arango.
Hombre de pocas palabras, trabajador, severo y estricto en sus hábitos, nunca fue de vacaciones. Recuerda que dos o tres veces viajó hasta Baños de Montemayor a probar sus aguas y al no obtener los resultados deseados, nunca regresó. Y hablando de deseos, don Damián, como todos, también tiene aún sueños por cumplir: plantar un castañar de gran extensión que dore el otoño de Navaconcejo.
Ahora don Damián tiene ganas de que regrese la primavera y los rayos del sol calienten su mirada en la residencia de Virgen de Peñas Albas, gestionada por Mensajeros de la Paz Extremadura en Cabezuela del Valle.